Por: Dai Azzaro / Estudiante de la Lic. en Comunicación Social / UNLPam en Territorio.

Comienza un nuevo día laboral como hace 16 años, sin embargo, estos últimos diez meses han sido distintos. La diferencia es la pandemia mundial que azota a todos, seas de la clase social que seas, tengas el color que tengas.
Graciela, una mujer de 53 años, cocinera en el Hospital Doctor Jorge Ahuad de 25 de Mayo se levanta muy temprano. A las cuatro y media suena su alarma y comienza a alistarse para fichar en el centro público de salud poco antes de las 6 que comienza su turno rotativo. Siempre el mismo recorrido, siempre el mismo diagrama.
Al llegar al establecimiento, lo principal es higienizarse, lavarse las manos, alcohol en gel y leer los cuadernos de las dietas de los pacientes mientras comienza a colocarse los guantes, cofia y el uniforme para iniciar con la preparación de los desayunos. Luego el resto del menú. El edificio está dividido en dos sectores, por un lado los pacientes de internación común, y por otro los de aislamiento por covid-19.
“Es angustiante, hoy le llevás la comida a un abuelo, y mañana venís y ya no está más, falleció, o lo trasladaron y no sabes si lo vas a volver a cruzar” expresó acongojada.
Los últimos días de este nuevo año han sido muy tristes y estresantes. “Los médicos más de una vez pasan sus guardias sin almorzar o cenar”. La situación epidemiológica en la provincia está al borde del colapso, y la localidad pampeana de la vera del Río Colorado no es la excepción.
Los fallecidos hasta el momento en la localidad son 14 y la gente sigue sin entender que esto no es un juego. “Se nos están muriendo los abuelos” expresó con sus ojos llenos de lágrimas y una voz cargada de angustia Graciela. “Los pasillos son un duelo día a día, donde se oían charlas y alguna que otra risa, hoy solo hay desolación”. Las miradas de los compañeros se cruzan con la tristeza a cada paso. Se fueron pacientes muy queridos. Pacientes que quizás mejoraban y de un momento a otro se descompensaron y no hubo nada que hacer más que dejarlos partir.
“Hubo compañeros que tuvieron que despedir familiares, abuelas, madres, padres de muchos otros de quienes estuvieron, están y estaremos en el frente de batalla mientras esta guerra siga”, afirma.
“Al pueblo, a nuestros jóvenes y a los no tan jóvenes les pido de corazón que nos sigamos cuidando, que cuidemos a nuestros adultos, y que el reconocimiento no venga a través de un aplauso sino desde el apoyo y sin tantas críticas”, dijo entre lágrimas una vez más Graciela. ”El amor es la mejor arma que tenemos y por amor debemos mantener las medidas. El panorama es cada vez peor. Si bien es cierto que todo está permitido se apela a la responsabilidad social, es nuestra decisión si en una juntada familiar podemos disminuir los contactos o tomamos las medidas necesarias”.
“Es muy triste ver que no hay camas si algo se complica, de afuera lo más fácil es la crítica pero si la gente se pusiera en nuestros zapatos por un momento sería más consciente”, dijo Graciela.
Y así termina su día laboral. Después de haber utilizado por largas horas la vestimenta adecuada para los protocolos de coronavirus. Llegando a su casa, dándose un baño para tratar de sacar esa angustia que lleva consigo pero no lo logra, y termina con un descargo angustioso en los brazos de sus hijos.