Errores típicos al planificar sistemas de riego

Desde fallos en el caudal hasta problemas con el diseño del terreno. Un repaso por lo que no debe fallar al pensar un sistema de riego desde cero.

Tecnología/Curiosidades19 de septiembre de 2025InfoHuellaInfoHuella
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En algunas explotaciones agropecuarias, el riego parece estar resuelto. Hay agua, hay bombas, hay sistemas instalados. Sin embargo, los cultivos no responden como se espera, o aparecen zonas con estrés hídrico inexplicable. En esos casos, la causa no suele estar en la cantidad de agua disponible, sino en cómo se distribuye.

Un diseño deficiente puede hacer que un sistema aparentemente robusto funcione a medias. No por falta de inversión, sino por una cadena de pequeñas decisiones que, acumuladas, hacen que el rendimiento caiga. Esta nota no pretende ser un manual exhaustivo, pero sí identificar algunos errores comunes que se repiten en todo tipo de establecimientos, desde chacras familiares hasta explotaciones intensivas.

Lo interesante es que muchos de estos errores pueden prevenirse si se los considera desde el inicio, antes de que los caños estén enterrados o las bombas instaladas.

Problemas típicos en el diseño de sistemas de riego

Asumir que el caudal disponible es constante

Uno de los primeros desajustes suele darse en la estimación del caudal. Se parte de una medición puntual —hecha en una época del año o bajo ciertas condiciones climáticas— y se proyecta todo el sistema sobre esa base. El problema es que las fuentes de agua raramente se comportan de forma lineal: pueden variar por estación, por temperatura, por uso simultáneo o por agotamiento parcial.

Cuando no se contemplan esos cambios, el sistema se sobredimensiona para lo que en realidad puede sostener. Esto genera presión insuficiente, riegos incompletos o detenciones no programadas. Lo ideal es diseñar contemplando márgenes: no trabajar al 100% de la capacidad declarada de la fuente, y prever escenarios de baja o interrupción temporal.

Subestimar la importancia del diseño topográfico

Un sistema de riego eficiente necesita que la geografía trabaje a su favor, o al menos que no la boicotee. En pendientes leves, diferencias de nivel mal compensadas pueden generar zonas de exceso o déficit hídrico. Las válvulas automáticas no siempre reaccionan como deberían, y los emisores ubicados en cotas más altas pierden presión antes que el resto.

Trazar las líneas sin respetar el relieve natural del terreno es una receta para los problemas a mediano plazo. Aunque implique más planificación inicial, adaptar el diseño al entorno (y no al revés) permite reducir el consumo energético, estabilizar la presión y distribuir el agua de forma homogénea.

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No contemplar el tipo de suelo al elegir el sistema

No todos los suelos absorben ni retienen el agua de la misma forma. En áreas con texturas arenosas, el agua se infiltra rápido y puede perderse antes de que las raíces la capten. En suelos más arcillosos, en cambio, el agua puede acumularse en superficie, generando anegamiento y pérdida de oxígeno.

Instalar un sistema de riego sin estudiar mínimamente el comportamiento hídrico del suelo es como tirar agua a ciegas. La elección entre riego por goteo, microaspersión o aspersión convencional debería estar guiada no solo por el tipo de cultivo, sino también por la dinámica del suelo.

Apostar por la uniformidad sin entender el uso real

En muchos establecimientos se busca que todo el sistema sea uniforme: mismas cañerías, misma distancia entre emisores, misma presión de trabajo. Pero no siempre eso es lo más eficiente. Hay sectores que requieren más riego que otros, cultivos que toleran diferentes niveles de humedad o zonas que, por orientación solar o exposición al viento, se comportan de forma distinta.

Si no se considera esta heterogeneidad, se termina regando por demás algunas áreas y por defecto otras. Un diseño versátil, que permita dividir sectores, ajustar dosis y programar por bloques, es más complejo al principio, pero mucho más eficaz a largo plazo.

No prever puntos de almacenamiento intermedio

El agua no siempre tiene que ir directo de la fuente al cultivo. En sistemas extensos o con fuente limitada, contar con reservas intermedias permite amortiguar picos de demanda, riegos nocturnos o cortes imprevistos. Sin embargo, esta parte del sistema suele dejarse para “más adelante”, y eso complica la instalación posterior.

Además de garantizar continuidad, el almacenamiento intermedio facilita la mezcla de fertilizantes, el uso de agua recuperada y la integración con energías renovables. En ciertos casos, estructuras como un tanque de agua horizontal se ajustan bien a terrenos planos y permiten una instalación accesible sin grandes movimientos de suelo ni estructuras complejas.

Elegir componentes sin considerar mantenimiento

Un sistema de riego no solo tiene que funcionar: tiene que poder mantenerse. Filtros difíciles de acceder, válvulas enterradas sin registro, bombas sin espacio para desmontaje… todo eso encarece el mantenimiento, lo hace más lento y, en muchos casos, genera que se postergue hasta que el problema ya es grave.

Diseñar desde el inicio con criterios de mantenimiento no implica gastar más, sino pensar mejor. Dejar espacio para operar, prever recambios, proteger componentes sensibles y facilitar el drenaje. Si el sistema se puede revisar fácilmente, va a durar más y fallar menos.

Ignorar el rol del clima local en la operativa

No todos los errores están en los planos. Algunos aparecen cuando se empieza a usar el sistema, especialmente si no se consideraron las condiciones climáticas del lugar. En zonas de vientos frecuentes, por ejemplo, el riego por aspersión puede perder eficiencia. En climas fríos, la acumulación de agua en cañerías puede generar fisuras si el sistema no se drena adecuadamente.

Tampoco hay que olvidar el factor humano: si el sistema necesita ajustes constantes pero la faena no permite dedicarle tiempo, lo más probable es que se descontrole. Diseñar pensando en cómo se va a usar —no solo en cómo debería funcionar— es parte del éxito.

No hacer pruebas piloto en campos grandes

Una práctica que puede evitar muchos errores es la implementación de sectores piloto. Antes de instalar el sistema completo, diseñar una unidad representativa permite ver cómo responde el suelo, si la presión es estable, cómo funciona la automatización y qué ajustes requiere la rutina de mantenimiento.

Muchos de los problemas más costosos se podrían haber evitado con una prueba a pequeña escala. Aun cuando implique una demora inicial, ese aprendizaje permite corregir antes de repetir el error cientos de veces en el resto del campo.

Asumir que lo instalado ya está resuelto

Un sistema de riego, por más bien diseñado que esté, necesita seguimiento. El cambio de un cultivo, la variación en la calidad del agua, el desgaste de un componente o una modificación en la topografía pueden alterar todo el funcionamiento.

Por eso, el diseño debe prever adaptabilidad. Que las piezas puedan reemplazarse, que los sectores puedan modificarse y que la información sobre el sistema esté documentada. No alcanza con que funcione hoy: tiene que poder seguir funcionando el año que viene.

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