La mujer tenía como unas palabras mágicas. Una oración con una frase que hacía que la gente se abriera y diera paso. Pese a que no había lugar, se inventaban los espacios, como se inventan las ollas en un recital del Indio Solari para hacer el pogo más grande del mundo.

No era médica, ni iba por una urgencia: era una maestra de una de las tantas aulas de la capital pampeana que, en algunos casos, decía casi al oído el motivo para cumplir su objetivo, llegar hasta lo más lejos o, hasta lo más cerca de la presidenta de los argentinos con mandato cumplido.
El lugar parecía que había quedado chico, acotado entre tribunas, vallas y la laguna, hacía que unas más de 20 mil personas estuviesen apretadas pero firmes como estaca, mirando hacia el escenario que tenía vistosas pantallas led. La docente esquivaba un mundo de banderitas argentinas, de grandes banderas con nombres de gremios ondeando en largos palos de tacuara. Mientras Cristina hablaba y todos escuchaban, ella gambeteaba todo a su paso. En cuestión de minutos, pasó de estar atrás de todos, todas y todes, a llegar cerquita del escenario principal.
Su mensaje era claro, casi que no lo repetía. Miraba al que tenía en frente y con dos o tres palabras la gente le abría el paso. Los del costado, la miraban y, en un abrir y cerrar de ojos, se volvía a perder entre ese mar de fueguitos que somos los humanos cuando buscamos encendernos de alguien que nos parece que brilla un poco más que uno.
Paula estaba llena de certezas y era imparable en la multitud. La docente del Colegio con nombre rankel, Panguitruz, tenía una misma sensación, fusionada en sus dos amores: Cristina y Elvira.
“Lo único que quería era llegar al escenario y sacarle una foto a Cristina con el poncho que le regaló el gobernador. Apenas la vi subir a la rampa para encarar el escenario, supe que era el que tejió mamá (Elvira Toledano). Conozco sus prendas, sé que le llevó más de dos meses y, cuando Cristina sube, el pelo le caía hacia atrás y ahí pude ver el detalle sobre su hombro y no tuve dudas que era el poncho que mi mamá tejió en Castex”, cuenta Paula a InfoHuella.

-¿Qué le decías a la gente para que se abrieran y te dieran paso?
-Estaba en el fondo y cuando reconocí el poncho, lo único que quería era sacarle una foto con mi celular para mostrarle y contarle a mi mamá. Cuando Cristina la nombró me emocionó y empecé a caminar entre la gente, a todos les iba diciendo que era la hija de Elvira, la artesana que había tejido el poncho que tenía puesto Cristina. La gente no lo dudaba y me fueron haciendo un caminito hasta que llegué al escenario.
