Habían pasado minutos después de las diez de la noche. Era el 16 de marzo de 2003 cuando Camila bajó del tercer piso de su departamento D ubicado sobre la calle Independencia al 800 de la ciudad de Córdoba. Se dirigía a una fiesta a la que nunca llegó: “Iba a una juntada con unos amigos que tenía, que eran de Rawson. Era a unas seis cuadras, sobre la calle Buenos Aires”. El barrio Nueva Córdoba en el que vivía tenía reminiscencias de su Victorica natal, localidad ubicada al oeste de La Pampa con unos 6.480 habitantes, según la proyección del municipio. Se había hecho compinche del verdulero, de la gente del locutorio desde donde llamaba a su casa, de los chicos del laverrap. Y las noches -sobre todo las de verano- tenían esa serenidad que recordaba de su pueblo y que le inspiraba confianza porque, a pesar de caminar sola, había mucha gente y muchos jóvenes de distintas partes del país que llegaban a La Docta a estudiar una carrera universitaria.
Camila tenía 20 años. Marcelo Sajen, 39. No se conocían. Él violó a casi cien mujeres en la ciudad de Córdoba. Camila, que cursaba el segundo año de la carrera de Comunicación Social en la Universidad Nacional de Córdoba, fue una de ellas. “A los pocos días de padecer la violación, les dije a mis viejos: ‘A mí un tipo no me va a cagar la vida’... y me la cagó”.
“Me dijo que caminara. Que no intentara hacer nada. Me hizo volver sobre mis pasos, hasta la esquina de la calle Independencia. Yo vivía sola, pero ese día estaba en mi departamento un amigo de la secundaria que había venido desde mi pueblo en La Pampa a hacer un curso de instructor de gimnasio y que esa noche decidió quedarse y no salir a la juntada”. Entonces, el violador serial la llevó en dirección a la Plaza España. En ese trayecto, se cruzó con mucha gente. Camila caminaba tiesa, buscando que alguna de esas personas que iban y venían le resultara familiar, que alguien la salvara. Había decidido acatar la primera orden que le dijo apenas la abordó: que no intentara ningún acto heroico. Con el cuerpo estupefacto, con los músculos paralizados, únicamente moviendo sus piernas y sus pies para caminar a su lado, Camila intentó un pedido de ayuda. Le gritó con la mirada a un joven que venía con su novia. Fue su único intento por salvarse aquella noche.
La volvió a tomar del cuello y la llevó a la Plaza España. Cuando los estudiantes de La Pampa llegan a Córdoba con los sueños de transitar una carrera universitaria, la Plaza España es la última rotonda donde el micro dobla y, bordeando el Parque Sarmiento, va hacia la terminal. También es donde Camila disfrutaba de leer con mates El libro de los abrazos de Eduardo Galeano, a veces sola, a veces con amigos.
En la plaza la sentó en su falda y la empezó a manosear. Ese tipo que pensó que le iba a robar, mientras le sacaba aros y unas pulseras que había comprado en sus asiduas visitas al Paseo de las Pulgas, tenía un plan macabro que recién empezaba. Como aceptando que esa joven ya le pertenecía, le dijo “acompañame” y la llevó hacia el oscuro Parque Sarmiento.
Como lo hizo con otras 92 mujeres -aunque se estima que las víctimas suman el doble-, Camila fue agredida sexualmente aquella noche del 16 de marzo, unos días antes de cumplir 21 años.
“Llamé a mi casa a La Pampa por teléfono, atendió mi mamá y le dije: ‘Me violaron’. Viajó mi papá a Córdoba y yo no sabía qué reacción iba a tener. Yo tenía culpa porque eran las diez de la noche y no estaba en mi departamento, estudiando o descansando, sino que estaba por ir a una juntada con amigos. Mi papá me abrazó y luego me dijo algo que hoy también me sigue generando culpa. Yo, que siempre fui tan de ir al frente, contestaría cuando creo que hay una injusticia… ¿Qué pasó que no hice nada para escaparme? Mi papá me preguntó lo que yo me preguntaba esas horas y me sigo preguntando: ¿por qué no hice nada para escapar?, me cuestiono”.
Su vida, desde aquel hecho traumático, fue distinta. Empezó a frecuentar psicólogos y la asolaba un mundo de nubarrones oscuros que le tapaban el sol. “Me mostraba fuerte, pero estaba rota. Pese a que no le vi el rostro, miraba a las personas en la calle para ver si andaba cerca. Me autoflagelaba y mi mejor amiga era una gillette. Me cortaba, como buscando vida, porque yo estaba muerta, muerta en vida. Coqueteé con el suicidio, aunque estaba lejos de concretarlo, porque me gusta vivir. Hoy, más de 20 años después, hay culpas que me parecen irrisorias desde ese absurdo romanticismo... Yo era virgen y en esos años pensaba entregarme en cuerpo y alma a la persona amada. Y nada de eso pasó, terminé violada”.
El violador
Marcelo Mario Sajen es conocido como el “violador serial de Córdoba”. Se le atribuyen más de noventa violaciones con las que aterrorizó la ciudad de Córdoba entre 1991 y 2004. Sajen atrapaba a sus víctimas con un modus operandi meticuloso: acechaba a mujeres jóvenes y menudas en la vía pública, las abordaba con un arma blanca y las llevaba a lugares aislados para cometer los ataques.
En 2004 -un año después de la violación a Camila-, tras una extensa investigación, fue identificado por el testimonio de una de sus víctimas, que logró escapar. Sin embargo, perseguido por la justicia y acorralado por su pronta detención, Sajen se suicidó en la puerta de su casa. Se supo, tiempo después, que había comprado un pasaje para irse de la provincia la misma jornada en que fue cercado.
Dejó marcas imborrables en mujeres que lo denunciaron, en aquellas que prefirieron no hacerlo y en Camila, quien unos 20 años después, decidió ponerle voz por primera vez: “Después de la violación, más allá del dolor físico -que se pasa rápido-, lo que te queda es un dolor en el alma. Una vez me corté en la muñeca de mi mano izquierda, y como el corte fue profundo aún tengo la cicatriz, una cicatriz a la que le hice un tatuaje con una figura china que para mí representa paz”.
Camila transita día a día su reconstrucción. Y el tiempo contribuyó para diluir esos nubarrones oscuros cada vez que mira el cielo para chocar su cara con los rayos de sol: “Siempre digo que me estoy reconstruyendo, porque vengo de una demolición. Hoy, con el paso de los años, recuerdo las fuerzas que tuve para decir: ‘Este tipo no me va a cagar la vida’. Pero me la cagó. No pude terminar mi carrera universitaria y mi vida cambió para siempre. Pero, pese a todo, acá estoy, viva, en reconstrucción”.
* El autor es director del medio Infohuella.com.ar
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