El intendente de Santa Rosa, Luciano Di Nápoli, ya puso en marcha su estrategia para intentar convertirse en el próximo gobernador de La Pampa. No se trata solo de una diferenciación respecto del gobierno provincial, sino de replicar el “modelo Jorge” como eje central de su plan de campaña.
ColumnasHace 1 hora
Escribe en InfoHuella: Norberto Asquini
Por Norberto Asquini / Columnista en InfoHuella
La lógica es clara y conocida. Hacer obras visibles, principalmente concentradas en el centro de la ciudad, que embellezcan el espacio urbano y permitan mostrar gestión y transformación. Un esquema que apunta más a la percepción que al impacto estructural, y que ya fue aplicado con éxito en la capital provincial durante la década de 1990.
No son pocos los que, dentro del propio peronismo, definen esta estrategia como “vender humo”. Es decir, mostrar espejitos de colores mientras la Provincia se encarga de las obras de fondo, la infraestructura y, sobre todo, de la contención social. Una definición cruda, pero que circula con fuerza en los pasillos de Casa de Gobierno y la capital provincial.
Cuando se habla del “modelo Jorge” se hace referencia al camino transitado por Oscar Mario Jorge, tres veces intendente de Santa Rosa entre 1991 y 2003 y luego gobernador en dos oportunidades (2007 a 2015). Durante su gestión municipal, Jorge se enfocó en modificar la estética de la ciudad: la plaza, la laguna Don Tomás, los espacios de recreación y esparcimiento, el perfil urbano que dio identidad a la capital. Mientras tanto, las grandes inversiones (la actual avenida circunvalación o la Luro-Spinetto o los nuevos barrios) y sobre todo la asistencia de las demandas sociales que eran muchas y urgentes durante los años de recesión y desempleo de los noventa, quedaban en manos del gobierno provincial.
Di Nápoli parece haber tomado nota de esa experiencia que bien conoce el santarroseño. Capitaliza anuncios (no siempre propios), se muestra activo y se apropia políticamente de hechos que no siempre dependen de su gestión. La instalación del hipermercado Carrefour en el predio de la Rural es presentada como un logro propio, aunque se trate de una decisión empresarial. No ocurrió lo mismo con Clarín, que no prosperó, pero el intento también formó parte del relato. A eso se suma la capitalización de inauguraciones de obras provinciales, donde la presencia del intendente busca reforzar la idea de gestión permanente.
El concepto de “vender humo” volvió a aparecer con el anuncio del Presupuesto 2026. Di Nápoli afirmó que, a diferencia del gobierno provincial, pagaría sueldos y aguinaldos juntos y que impulsaría obras con recursos municipales. Sin embargo, con un margen cercano a los 2.000 millones de pesos, el margen real para encarar obras de envergadura en la capital es acotado. Muchas veces esos anuncios quedan reducidos a títulos de los medios que replican sin mucha lectura de fondo los comunicados oficiales.
La lógica es clara y conocida. Hacer obras visibles, principalmente concentradas en el centro de la ciudad, que embellezcan el espacio urbano y permitan mostrar gestión y transformación. Un esquema que apunta más a la percepción que al impacto estructural, y que ya fue aplicado con éxito en la capital provincial durante la década de 1990.
No son pocos los que, dentro del propio peronismo, definen esta estrategia como “vender humo”. Es decir, mostrar espejitos de colores mientras la Provincia se encarga de las obras de fondo, la infraestructura y, sobre todo, de la contención social. Una definición cruda, pero que circula con fuerza en los pasillos de Casa de Gobierno y la capital provincial.
Cuando se habla del “modelo Jorge” se hace referencia al camino transitado por Oscar Mario Jorge, tres veces intendente de Santa Rosa entre 1991 y 2003 y luego gobernador en dos oportunidades (2007 a 2015). Durante su gestión municipal, Jorge se enfocó en modificar la estética de la ciudad: la plaza, la laguna Don Tomás, los espacios de recreación y esparcimiento, el perfil urbano que dio identidad a la capital. Mientras tanto, las grandes inversiones (la actual avenida circunvalación o la Luro-Spinetto o los nuevos barrios) y sobre todo la asistencia de las demandas sociales que eran muchas y urgentes durante los años de recesión y desempleo de los noventa, quedaban en manos del gobierno provincial.
Di Nápoli parece haber tomado nota de esa experiencia que bien conoce el santarroseño. Capitaliza anuncios (no siempre propios), se muestra activo y se apropia políticamente de hechos que no siempre dependen de su gestión. La instalación del hipermercado Carrefour en el predio de la Rural es presentada como un logro propio, aunque se trate de una decisión empresarial. No ocurrió lo mismo con Clarín, que no prosperó, pero el intento también formó parte del relato. A eso se suma la capitalización de inauguraciones de obras provinciales, donde la presencia del intendente busca reforzar la idea de gestión permanente.
El concepto de “vender humo” volvió a aparecer con el anuncio del Presupuesto 2026. Di Nápoli afirmó que, a diferencia del gobierno provincial, pagaría sueldos y aguinaldos juntos y que impulsaría obras con recursos municipales. Sin embargo, con un margen cercano a los 2.000 millones de pesos, el margen real para encarar obras de envergadura en la capital es acotado. Muchas veces esos anuncios quedan reducidos a títulos de los medios que replican sin mucha lectura de fondo los comunicados oficiales.
Las obras existen y son visibles. El complejo acuático en la laguna Don Tomás, el Parque Lineal, la renovación de la plaza central y las peatonales con los bolardos. Todas intervenciones que transforman principalmente el centro. Ese detalle no es menor: el impacto territorial es limitado y deja afuera a amplias zonas de la capital.
Aquí vuelve a aparecer el corazón del modelo Jorge. Mientras el municipio ejecuta obras de embellecimiento, la Provincia asume el resto. Obras de infraestructura “enterrada” o “que no se ve ni se puede mostrar” como el saneamiento urbano a través de APA o avenidas como la Stieben y la Felice o el asfalto de las calles por donde circula el transporte público. También ayer y hoy, la asistencia social. En la década de 1990, el Ministerio de Bienestar Social absorbía las demandas sociales en un contexto de recesión, desempleo y pobreza generados por las políticas nacionales de Carlos Menem. Hoy, con otro escenario, la lógica se repite.
El presupuesto municipal que permite pagar sueldos y encarar algunas obras también se explica por lo que no se gasta. El deterioro de calles en la zona norte es un ejemplo evidente. Allí, la ausencia de inversión contrasta con la postal más prolija del centro.
El modelo Jorge le sirvió a Jorge. Lo mostró como un intendente que hacía por la capital, con capacidad de gestión y obra visible. Fue tres veces intendente y llegó a gobernador. Pero también tuvo límites. Jorge nunca logró construir una línea propia, ni expandir su influencia hacia el interior provincial. Quedó enfrascado en Santa Rosa. Y siempre necesitó un padrino político. Primero intentó ser el heredero de Rubén Marín, que eligió otro camino. Luego su candidatura llegó de la mano del gobernador Carlos Verna y de los intendentes de la línea Plural que lo llevaron a disputar la interna de 2007 contra Rubén Marín.
Esa historia deja alertas claras para la estrategia de Luciano Di Nápoli. El riesgo del plan con “pies de barro” sigue vigente: puede crear una fuerte imagen en Santa Rosa, pero de escasa proyección en el interior; una gestión visible, pero dependiente de la Provincia; una candidatura en construcción, pero sin una línea propia consolidada ni un padrino provincial que lo termine de ungir.
El modelo Jorge funciona para mostrar, pero no siempre alcanza para llegar. Ese es el desafío que Di Nápoli parece decidido a asumir. Y también su principal riesgo político.
Las obras existen y son visibles. El complejo acuático en la laguna Don Tomás, el Parque Lineal, la renovación de la plaza central y las peatonales con los bolardos. Todas intervenciones que transforman principalmente el centro. Ese detalle no es menor: el impacto territorial es limitado y deja afuera a amplias zonas de la capital.
Aquí vuelve a aparecer el corazón del modelo Jorge. Mientras el municipio ejecuta obras de embellecimiento, la Provincia asume el resto. Obras de infraestructura “enterrada” o “que no se ve ni se puede mostrar” como el saneamiento urbano a través de APA o avenidas como la Stieben y la Felice o el asfalto de las calles por donde circula el transporte público. También ayer y hoy, la asistencia social. En la década de 1990, el Ministerio de Bienestar Social absorbía las demandas sociales en un contexto de recesión, desempleo y pobreza generados por las políticas nacionales de Carlos Menem. Hoy, con otro escenario, la lógica se repite.
El presupuesto municipal que permite pagar sueldos y encarar algunas obras también se explica por lo que no se gasta. El deterioro de calles en la zona norte es un ejemplo evidente. Allí, la ausencia de inversión contrasta con la postal más prolija del centro.
El modelo Jorge le sirvió a Jorge. Lo mostró como un intendente que hacía por la capital, con capacidad de gestión y obra visible. Fue tres veces intendente y llegó a gobernador. Pero también tuvo límites. Jorge nunca logró construir una línea propia, ni expandir su influencia hacia el interior provincial. Quedó enfrascado en Santa Rosa. Y siempre necesitó un padrino político. Primero intentó ser el heredero de Rubén Marín, que eligió otro camino. Luego su candidatura llegó de la mano del gobernador Carlos Verna y de los intendentes de la línea Plural que lo llevaron a disputar la interna de 2007 contra Rubén Marín.
Esa historia deja alertas claras para la estrategia de Luciano Di Nápoli. El riesgo del plan con “pies de barro” sigue vigente: puede crear una fuerte imagen en Santa Rosa, pero de escasa proyección en el interior; una gestión visible, pero dependiente de la Provincia; una candidatura en construcción, pero sin una línea propia consolidada ni un padrino provincial que lo termine de ungir.
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