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Se llama Poco Ortodoxa y es la segunda serie más vista en Netflix. Cuenta el momento en el que Esty, judía ortodoxa, escapa de su comunidad. Basada en un caso real, ese viaje de liberación reversionado para el streaming se convirtió en fábula.
Tecnología/Curiosidades12 de abril de 2020Por Tali Goldman y Mariana Levy / Revista Anfibia
Conserva un disparador: el deseo de la protagonista en tensión con los mandatos (y la posibilidad de identificarse con ella). Tali Goldman y Mariana Levy analizan la serie hablada en yiddish, un idioma sin una palabra exacta para decir “Te amo”. Como ella, revisan el Talmud y subrayan algunos de los preceptos que contemplan el placer femenino.
Un día cualquiera de un mes cualquiera del año 2005 una chica de 20 años a la que llamaremos Raquel espera sentada en el consultorio de la ginecóloga Graciela Finkelstein del barrio porteño de Devoto. Está muy angustiada y apenas la doctora la recibe se pone a llorar. Graciela ya sabe de qué se trata su caso antes de que se lo cuente. A Raquel la deriva una amiga de Graciela que es terapeuta y trabaja en una comunidad judía ortodoxa en el barrio de Barracas. El rabino de esa comunidad ya no sabe qué hacer con el caso de Raquel y todo indica que su marido está en condiciones de pedir el divorcio —el divorcio religioso hasta el día de hoy lo puede pedir únicamente el varón— por no poder tener hijos. Los estudios clínicos están bien, el tema, para el rabino, es “psicológico”.
Raquel, que llega al consultorio con pollera larga, remera de manga larga y peluca, le cuenta a la doctora que no puede tener relaciones sexuales con su marido, se deshace en llantos, le dice que no soporta ese dolor, y que al final lo único que quiere es no verlo. Entonces lo primero que hace la doctora es tranquilizarla y decirle que va a poder, que lo único que tiene que hacer es seguirla, que también el sexo se aprende, como todo en la vida. Lo que tiene que lograr Graciela es ganarse su confianza. Sabe que para Raquel éste es un tema absolutamente tabú, que hasta ahora no pudo hablarlo así con nadie. Le pide que se acueste para hacerle un tacto vaginal, un control de rutina. Pero apenas intenta tactarla ve cómo Raquel contrae todos sus músculos. Es imposible incluso para Graciela realizar el chequeo. Así que la sienta en la camilla, le pide que abra las piernas y le explica que como primera medida ella tiene que meterse un dedo por el agujero vaginal. Para su sorpresa, le da que una clase de anatomía. Raquel no conoce su propio cuerpo.
Una hora después, Raquel sale entusiasmada del consultorio. La ginecóloga le propone encontrarse con una frecuencia semanal e ir viendo la evolución. A la semana siguiente le indica que lo que hacía con un dedo lo haga con dos. Después Graciela le pide que reemplace el dedo por una zanahoria con un preservativo y después le da un dilatador anal. Raquel cumple a rajatabla las indicaciones, nunca pregunta de más. Graciela también se cuida en las palabras que usa. No habla de masturbación, no habla de orgasmo. Dos meses después Graciela vuelve a pedirle que se acueste y le hace un tacto vaginal. Ahora sí puede revisarla. Raquel está lista. Pero la médica le da la última recomendación: le explica que antes del coito en sí, ella tiene que crear con su marido un ambiente amable. Le sugiere que se besen, que se acaricien. Raquel pregunta, pregunta, pregunta, pregunta. Graciela le dice que dentro de la habitación con la puerta cerrada puede pasar todo. ¿Todo? Todo.
Unas semanas después Graciela recibe un llamado. Es Raquel. Le pregunta, un poco tímida, dando algunas vueltas, si puede tener relaciones sexuales mañana, tarde y noche. Graciela se ríe y le dice que sí, que puede hacerlo las veces que quiera, cuando quiera y como quiera.
—A su manera, me dio a entender que le había gustado coger— cuenta Graciela Finkelstein quince años después de aquel episodio que recuerda a la perfección. Cuando vio Poco Ortodoxa, la miniserie de Netflix que se convirtió en la segunda más vista en Argentina, no pudo creer la similitud con su experiencia. Como Raquel, o como Esty, pasaron por el consultorio de la doctora Finkelstein durante cuatro años una veintena de chicas judías ortodoxas a las que les enseñó, sin que ellas supieran, a masturbarse. En el cien por cien de los casos el resultado fue efectivo: todas quedaron embarazadas. Más de una vez.
***
Poco ortodoxa se publicita como una serie de Netflix basada en una novela del mismo título, que narra la historia autobiográfica de Deborah Feldman, quien pudo “escapar” de la comunidad ortodoxa en la que vivía, en Nueva York. No sorprende su éxito, cumple con todos los “requerimientos” del bingeo actual: protagonista femenina “empoderada”, el “basado en una hechos reales” y la presencia de elementos vistos como “exóticos” por el público del gran gigante del streaming. De Wild Wild Country a Tiger King, Poco Ortodoxa tiene la ventaja de ser realidad y ficción al mismo tiempo, contar, además de las cosas “nuevas” para el gran público, las conocidas: la protagonista atrapada en una realidad de la que no puede escapar, la historia de amor, la de desamor, el viaje, la autosuperación, la decisión de abortar o no. La fascinación por la serie radica por un lado en el morbo de espiar una sociedad que se plantea como secreta para el no iniciado, pero por otro lado, por identificarse y distanciarse a la vez. Una comunidad tan reglamentada como la ortodoxa es ideal para el drama. Vemos a personajes “ordinarios”, que son “como nosotros” —habitan ciudades cosmopolitas, son contemporáneos, tienen dos brazos y dos piernas— pero viven bajo circunstancias consideradas “extremas” por la mayoría de occidente.
-Pero entonces, ¿qué de todo lo que se cuenta en la serie es real?
-Deborah Feldman, la autora de la novela en la que se basa Poco Ortodoxa, realmente vivió en esa comunidad de Williamsburg, realmente se casó a los 17 años con un hombre al que casi no conocía, realmente tuvo vaginismo y tardó más de un año en poder tener relaciones sexuales y realmente se escapó de su comunidad ortodoxa. Sin embargo, Deborah no se escapó de un momento para otro, con un pasaporte y lo que tenía puesto. Cuando Deborah se fue de su comunidad, su hijo ya tenía un par de años, ella ya estudiaba en Sarah Lawrence en un programa de escritura, y no se fue a Berlín sino a New Jersey. Es cierto que viaja a Berlín a vivir, pero diez años más tarde y ya siendo una escritora exitosa.
Fuente: Revista Anfibia
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