Mariana, la victoriquense que cabalgó una vez más la cordillera Sanmartiniana

Desde el oeste pampeano, padre e hija cruzaron la cordillera siguiendo la huella del General San Martin, por el Valle de los Patos. Es la segunda cabalgata que hacen, la primera fue en marzo de 2018, a Paso el Planchón. Mariana Lernoud te lo cuenta aquí. 

Escribiendo08 de abril de 2023Redacción: InfoHuellaRedacción: InfoHuella
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Siempre he pensado que nada es mejor que viajar a caballo, pues el camino se compone de infinitas llegadas. Se llega a un  cruce, a una flor, a un árbol, a la sombra de la nube sobre la arena del camino; se llega al arroyo, al tope de la sierra, a la piedra extraña. Pareciera que el camino va inventando sorpresas para  goce del alma del viajero

(Atahualpa Yupanqui)

Hace exactamente  tres meses nos encontrábamos una vez más en la cordillera de los Andes, esta vez, siguiendo los pasos del General  San Martin,  por el Valle de los Patos.

Barreal fue el lugar de encuentro con el resto de los viajeros y desde allí partimos en vehículos hasta el paraje Las Hornillas, donde nos encontraríamos con los baqueanos y conoceríamos las mulas y/o caballos que nos asignarían para la travesía. Preparamos nuestras pertenencias en una alforja, parece simple, pero llevar todo lo necesario para seis días en algo bastante más chico que una mochila mediana es suficientemente complicado, siempre queda la duda si se podría llevar algo más, o si dejamos algo y lamentarnos cuando sea demasiado tarde. 

Las Hornillas, es reconocido por ser el lugar donde el Ejército de los Andes faenó 450 reses. Las mismas habían llegado en arreos hasta aquí y no podían avanzar más. Una vez faenadas   prepararon  el charqui (carne cortada en lonjas y secada al sol, tostada y luego molida, que puede conservarse por largo tiempo).

Llega el momento de partir, todos estamos ansiosos pensando en lo que nos espera, que animal nos van a asignar, como será la travesía, el clima, la adaptación a la altura y también pensamos en lo que dejamos atrás, nuestras familias y  yo pienso mucho en Felipe (mi hijo). Estoy segura de que aquellos hombres que integraban el Ejército de los Andes tuvieron los mismos sentimientos; excepto que no sabían si regresarían o cuando lo harían, pienso también si ellos tuvieron dimensión de lo que hacían, que hoy a 206 años, y con toda la tecnología disponible, el camino y el medio para transitarlo son los mismos.

 Desde Las Hornillas nos dirigimos a la Estancia Los Manantiales, donde acamparon distintas fuerzas militares que conformaban la columna principal del Ejercito de los Andes. Esto fue depósito de víveres, herrería, hospital de campaña y el lugar donde San Martín imparte las últimas instrucciones para el cruce de los Andes. Seguimos el camino trazado por los baqueanos, con algunas partes en subidas, otras en bajadas hasta llegar a El Peñón, lugar en el que hicimos noche. Siempre los lugares para pernoctar dependen de que haya abundante agua y pasto para los animales. Luego de esta primera jornada, llega el momento de armar las carpas, merendar y luego, antes de que caiga el sol será el momento de la cena. Nos acostamos temprano, sabemos que al día siguiente nos espera una de las jornadas más duras hasta llegar al Paso El Espinacito, a una altura de 4500 metros sobre el nivel del mar.

Son las 7 de la mañana, en el campamento está despejado, pero a lo lejos, detrás de la cordillera se observan unas nubes grises y casualmente, a ellas debemos ir. El camino va bordeando el río, comenzamos a subir, aparecen los primeros guanacos; algunos curiosos se detienen y miran atentos la marcha de nuestros animales, otros disparan por las empinadas laderas de las montañas, los machos relinchan como alertando a las hembras y chulengos que deben disparar, también cuando el sol comienza a dar calor, los cóndores sobrevuelan dando un espectáculo único para los viajeros.

Cabalgar en la montaña implica que cada 20 minutos detengamos la marcha, los baqueanos controlan que los recados estén colocados adecuadamente, cinchan los animales (las subidas y bajadas constantes aflojan los recados. Y aquí cualquier error puede ser fatal, no sólo para que lo padezca sino para el grupo entero). Cada vez es más notorio el ascenso, comienza a hacer frío, y las nubes que veíamos lejanas a la mañana, estaban ya sobre nosotros y todos  sabíamos que había altas probabilidades de mojarnos. El paisaje es de ensueño, ya es la cordillera de los Andes, imponente, cambiante en su clima y en su geografía, con nieves eternas que adornan su cima, por momentos hace mucho frío, comienzan a caer lo que se conoce como garrotillo. Estamos absortos ante la belleza del paisaje, una y mil veces pensamos… ¿Cómo hicieron hace 206 años para ir por esos lugares? La fila india hace lo suyo, cada uno de nosotros, en absoluto silencio, admiramos el lugar y su historia, es un ida y vuelta con uno mismo. 

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Mientras avanzamos en silencio, comenzamos a percibir que la respiración de los animales cambia, es lo único que se escucha, la altura comienza a afectarlos por lo que su respiración es agitada, los baqueanos nos detienen cada 10 metros para que se recuperen mulas y caballos, así avanzamos en subida, esto se repite varias veces. Luego, llega un punto donde subimos de a uno y llegar a la cima y estar frente a esa roca pálida que es el Paso El Espinacito, no hay manera de describirla… es por demás emocionante, puedo asegurar que todos los que estuvimos ahí, dejamos una o varias lágrimas al grito del Viva La Patria y “Viva el General San Martín”, para luego abrazarnos fraternamente entre todos.

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Allí, en El Espinacito, tomé una fotografía a la cartelería instalada donde reza la siguiente frase:

No esperemos recompensas de nuestras fatigas y desvelos y sí solo enemigos: cuando no existamos nos harán justicia

José de San Martín. 

Si veníamos movilizados, leerla fue demoledor. Pasados unos minutos, debemos comenzar el descenso,  una parte es una bajada pronunciada zigzagueante de unos 1000 metros lo  bastante riesgosa por lo que los baqueanos ordenan hacerla de a pie, una vez transitada esta parte el resto es bastante relajado, solo que este trayecto lo hacemos con una lluvia intensa por momentos, nos mojamos  y también algunas de nuestras cosas, esto hizo  que la emoción y euforia de haber llegado a punto máximo se vieran un poco opacadas por el malestar del frío y la mojadura. Finalmente, después de 10 horas de viaje sobre lomo de mulas o caballos llegamos a la Vega de Gallardo, lugar donde armaríamos el campamento, merendaríamos, cenaríamos y pasaríamos la noche. 

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Esa noche fue de mucho viento, frio, y por momentos lluvia. Temíamos al amanecer, ya que no sabíamos cómo iba a ser la jornada que teníamos por delante y si el clima nos iba a acompañar. Llevábamos unas 72 horas de viajes y si algo habíamos descubierto es que, en la Cordillera de los Andes, las cuatro estaciones, ahí, se dan en pocas horas: tan extrema y a la vez tan cautivantes.

Amanece y partimos hacia el valle de los Patos, el día es precioso: cielo azul, las montañas cambiando de color a medida que el sol está más alto, el brillo de nieves eternas comienza a quedar atrás y nos adentramos en zonas más bajas hasta llegar al Valle de los Patos, siempre bordeando el Rio de los Patos. 

Llegamos y recorremos las muleras hechas por el Ejército de los Andes, solo con el fin de poder encerrar los animales y herrarlos para continuar con la travesía. Las muleras son muros de construcción rústica, de baja estatura realizado con piedras calzadas. Una vez más, ver lo hecho por estos compatriotas hace 206 años no hace más que asombrarnos. Luego de esta recorrida, nos alejamos en sentido opuesto al Destacamento de Gendarmería Ingeniero Sardina. Allí empezamos a armar el campamento en el que pasaremos dos noches. 

A partir del mediodía podemos recorrer el lugar, descansar y compartir entre todos. Al caer la tarde observamos tres jinetes acercarse a nuestro campamento, pasaron varios minutos  por no decir una hora hasta que llegaron a nosotros y comenzamos a hablar, nos contaron cómo había sido su experiencia en el Paso El Espinacito, la jornada que habían tenido para ir hasta el hito y antes de irse nuevamente con su grupo, uno nos dice  que entre ellos había un sacerdote  y nos ofrece la bendición y sin nada que objetar  todos los presentes nos inclinamos y fuimos bendecidos en el medio del Valle de los Patos. Esto no estaba ni remotamente en nuestras mentes. Si bien nos supimos privilegiados desde el primer minuto en que comenzó este viaje, éstos simples actos, en aquel lejano lugar cobran un valor inconmensurable.

Es un nuevo día, salimos alrededor de las 8 de la mañana y estamos nuevamente ante una jornada extensa (unas 10 horas) recorremos el Valle de los Patos, tiene una extensión de unas 125 mil hectáreas, de pasto fresco y abundante agua. El agua del rio Los Patos tiene una tonalidad rojiza, pero es por sedimentos del lugar, se la puede beber, al igual que la de todo el recorrido que es cristalina. Atravesamos el Valle Hermoso, su nombre lo dice todo, podemos ver cuando vamos marchando sobre la izquierda el Cerro Aconcagua de fondo, montañas coloridas, el río serpenteante, manadas de guanacos, cóndores, y aunque no los pude ver - por las mañanas en la cordillera - se escucha el canto de los pájaros. Recorremos unas 5 horas sobre el lomo de mulas o caballos hasta llegar por fin al límite con Chile, en aquel lugar se abrazaron San Martín y O´Higgins, y ahí estamos nosotros, una vez más abrazándonos en el límite de Argentina y Chile. 

Al grito del Viva La Patria y la emoción a flor de piel emprendemos el regreso 

El paisaje de ida o vuelta es diferente, hay partes que a la ida no se sienten tan peligrosas como al regreso, pero siempre confiando en las mulas y caballos, dejando que miren donde ponen una mano, la otra y así avanzan entre las piedras, las trepan, cruzan ríos, son realmente admirables nuestras vidas dependen de ellos (de estos animales) y de los baquenos.

Es la última noche en el Valle de los Patos, al día siguiente debemos partir hacia la Vega del Cura, donde otra vez la lluvia nos jugó una mala pasada, llovió desde que llegamos hasta después de la cena, y el frío era intenso, temprano dieron la cena para irnos a dormir a nuestras carpas. El baqueano quería salir a las 7 de la mañana.

Son las 7,10 y comenzamos el recorrido. El paisaje en la primera etapa no es muy diferente a lo que describí anteriormente, pero cuando llevábamos unas 5 horas de viaje, comenzamos a ascender, siempre en fila india, observando el paisaje, lo que dejamos atrás, y empezamos a darnos cuenta que en algunas partes las nubes estaban por debajo de nosotros, esto es el Paso La Honda, la lluvia que a nosotros nos incomodaba la noche anterior, a los 4000 metros era nieve, por lo que transitar una huella de unos  50 centímetros de ancho, en fila india, sobre la nieve que se derretía y formaba un barro mezclado en piedras se volvió una de las etapas más estresantes del viaje. Llegamos al punto máximo y emprendemos el descenso, lentamente, ya comenzamos a despedirnos de la Cordillera de los Andes, de sus nieves eternas, de la historia del Ejército de los Andes para volver al punto donde todo había comenzado Manantiales y luego Las Hornillas.

            A tres meses de la travesía, puedo decir que:

Me siento una privilegiada. Primero, por haber podido compartir con mi padre Julio Lernoud dos rutas Sanmartinianas, hace cinco años hicimos el Paso el Planchón, y ahora el Paso de los Patos. No descartamos hacer otra… nos quedan cuatro rutas, Ja!

No hay un solo día que no venga a mi memoria algo de la travesía por el paso de los Patos.

Es un viaje que puede decirse duro, pero no imposible. Estoy segura que por más malas pasadas que te juegue el clima, la altura, nadie, pero nadie se arrepiente de hacerlo.

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