
Por Paula Pérez: Crónica desde mi mirada profesional sobre la etología clínica en La Pampa
La lucha personal de Olympe de Gouges, autora de la 'Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana' en 1791, es clave para entender el origen del feminismo moderno, en este contexto histórico tan significativo como el de la Revolución Francesa, en el que se definieron políticamente buena parte de los derechos de la ciudadanía que nos rigen como seres políticos.
Columnas03 de junio de 2019
Melisa Frois Orueta


Un talento autodidacta
Controvertida, inconstante y muy incómoda para la Revolución, nuestra protagonista nació el 7 de mayo de 1748 bajo el nombre de Marie Gouze, en Montauban, una ciudad ubicada al noroeste de Francia. Aprendió a leer y escribir lo justo como para firmar en su primera lengua, la occitana, usada tanto por la gente humilde como por la nobleza. Tuvo una vida sentimental bastante tormentosa que la empoderó para incursionar en la ferviente ola feminista y explotar su rica imaginación en la literatura dramática. Casada a la fuerza con Louis Yves Auvry, tuvo con él a su único hijo. Pronto se libró de aquel matrimonio al quedarse viuda y no se casó de nuevo ya que para ella el matrimonio era «la tumba del amor y de la confianza». Dispuesta a empezar una vida nueva, se cambió el nombre. Eligió Marie Olympe Gouges y agregó en medio un «de», la partícula burguesa con la que probablemente quiso disimular su origen “desde abajo”. Bajo su nueva identidad marchó al París de las luces y la Revolución junto a su hijo, con el afán de alcanzar la fama como escritora. Allí ocupó sus días escribiendo piezas teatrales siendo, su obra más destacada y controversial: “La esclavitud de los negros”.
Durante los años de la Revolución francesa, el álgido contexto revolucionario llevó a que la política estuviera de moda y Olympe sacó provechó de ello. Miles de mujeres entraron en el terreno de la política y Gouges fue una de ellas. Hábil, tenaz y estratega; usó su ingenio y su facilidad en la palabra para hacerse un hueco en la elegante sociedad parisina, sobre todo en los salones literarios creados por mujeres, lo cual utilizó como primer paso para convertirse en literata.
La vorágine de la Revolución
Durante el siglo XIX, el reconocimiento de los derechos políticos y jurídicos de los hombres tuvo como consecuencia lógica el planteo por el reconocimiento de esos mismos derechos para con las mujeres. ‘La Declaración Francesa de los Derechos del Hombre y del ciudadano’, aprobada en el verano de 1789, movilizó el espíritu revolucionario de algunas mujeres que, como nuestra protagonista, reclamaron los mismos derechos para las de su sexo. “Habéis devuelto al hombre la dignidad de su ser al reconocer sus derechos; no debéis permitir que la mujer siga sufriendo bajo una autoridad arbitraria” declaró Etta Palm d’ Aelders, una holandesa participante en la revolución, cuando se dirigió a la Asamblea Nacional en el verano de 1791 para pedir igualdad de derechos para las mujeres. Ese mismo año, Olympe de Gouges, escribió La Declaración de los Derechos de la Mujer y la ciudadana, guiándose por los destellos del Iluminismo y los poderes liberadores de la razón, con el objetivo de despertar en sus congéneres una conciencia emancipadora propia. “Mujeres, despertad. Reconoced vuestros derechos. ¿Cuándo dejaréis de estar ciegas? ¿Qué ventajas habéis obtenido de la Revolución?” Son algunos de los mensajes explícitos presentes en su famosa proclamación.
Gouges recomendó encarecidamente a las mujeres la acción individual: “A pesar de las barreras que tengáis que superar, está en vuestras manos liberaos a vosotras mismas; solamente tenéis que desearlo”. Este era el clima en el que la feminista Mary Wollstonecraft -otra de las pioneras de esta ola feminista europea- escribió y reclamó por los derechos políticos y jurídicos para las mujeres.
En sus reclamos Gouges exigía la igualdad jurídica y legal de las féminas, como la participación de las mismas en la vida pública e incluía reformas pioneras - que no se harían realidad hasta el siglo XX, y en algunas regiones hasta el siglo XXI- como el sufragio universal, el divorcio o la regularización de las parejas de hecho. En sus escritos demostraba su talante humanista, feminista y su compromiso social. Si bien sus demandas emergían de su realidad personal.
Tenía un hijo y se preocupaba por las madres, estaba a favor del divorcio y del reconocimiento de los hijos naturales, estaba en contra de la trata y la esclavitud y lo más destacable, era su empatía con la formación personal y cultural de todas las mujeres, posibilidad que a ella la había sido esquiva.
Si bien se presentaba como progresista, su única acción revolucionaria fue pedir la reducción de las desigualdades. Gouges no dejaba de ser una burguesa con buen corazón. Sin embargo, la fuerza y espontaneidad con que actuaba terminaron siendo su perdición. Al fin y al cabo, no pertenecía a ninguna formación política, por lo cual se ganó muchos enemigos. “Fluctuaba de un partido a otro según las oleadas de su corazón”, reflexionaba Jules Michelet en Historia de la Revolución francesa (1847-1853). Sus argumentos eran cambiantes y terminó tornándose contrarrevolucionaria. Tal vez, su visión adelantada la transportaba a siglos venideros en que se apagan los partidos y florecen los hombres y mujeres descollantes.
Olympe fue perseguida, juzgada y ajusticiada en 1793 bajo el invento infernal de la Revolución: la guillotina. Fue guillotinada dos semanas después que María Antonieta. Felizmente nos regaló su premisa: «Si la mujer tiene derecho de subir al cadalso, también tiene derecho de subir a la tribuna». A ella le negaron la tribuna; fue olvidada y repudiada. Si bien, muchos de sus coetáneos la consideraron una rebelde sin causa, sus acciones seguían una estrategia minuciosamente planificada y si algo hay que reconocerle es haberse atrevido a plantear temas que los mismos revolucionarios obviaron. Olympe de Gouges, reivindicó la igualdad de derechos entre hombres y mujeres en el marco de la revolución francesa, por lo que es considerada, claramente una precursora del feminismo más próximo al de nuestros días. Finalmente, si algo mas hay que admirarle, fue su espíritu de superación, ya que ni el hecho de ser mujer, viuda, semianalfabeta le impidió desplegar sus sueños. Encarnó en su persona el ideal ético y político de la Revolución Francesa abrazando el lema “igualdad, libertad y fraternidad”. Tan enraizado en su alma y en su mente, que fue capaz de sembrarlo en sus obras para que germinaran en todos los rincones del mundo.



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