Belgrano: el hombre que pensó la Argentina

El creador de la bandera nacional fue también un gran estadista, precursor de la igualdad entre hombres y mujeres, militante de la educación del pueblo, defensor de los habitantes originarios, revolucionario de Mayo y guerrero de la independencia.

Nacionales 12 de febrero de 2020 Redacción: InfoHuella Redacción: InfoHuella
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Por Felipe Pigna/ Caras y Caretas

En estos días de tanta discusión y poco debate se hace necesario recurrir a aquellos que pensaron el país antes que nosotros. Repasar las ideas de uno de nuestros padres fundadores, el primero que pensó económicamente estas tierras, a las que soñó distintas, prósperas y justas.

Se llamaba Manuel Belgrano y había nacido en Buenos Aires el 3 de junio de 1770. Estudió en el Colegio de San Carlos y luego en España, en las universidades de Valladolid y Salamanca.

El joven Manuel llegó a Europa en plena Revolución Francesa y vivió intensamente el clima de ideas de la época. “Como en la época de 1789 me hallaba en España y la revolución de Francia hiciese también la variación de ideas y particularmente en los hombres de letras con quienes trataba, se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad, y sólo veía tiranos en los que se oponían a que el hombre fuere donde fuese, no disfrutase de unos derechos que Dios y la naturaleza le habían concedido, y aun las mismas sociedades habían acordado en su establecimiento directa o indirectamente”, escribió en su autobiografía.

Por sus excelentes calificaciones y en su carácter de presidente de la Academia de Derecho Romano, Política Forense y Economía Política de la Universidad de Salamanca, solicitó y obtuvo un permiso especial del papa Pío VI para “leer y retener todos y cualesquiera libros de autores condenados y aun herejes, de cualquier manera que estuvieran prohibidos, custodiando sin embargo que no pasen a manos de otros. Exceptuando los pronósticos astrológicos que contienen supersticiones y los que ex profeso tratan de asuntos obscenos”.

Así pudo tomar contacto con las ideas de Rousseau, Voltaire, Adam Smith y el fisiócrata Quesnay.

Se interesó particularmente por la fisiocracia, que ponía el acento en la tierra como fuente de riqueza, y por el liberalismo de Adam Smith, que había escrito allá por 1776 que “la riqueza de las naciones” estaba fundamentalmente en el trabajo de sus habitantes, en la capacidad de transformar las materias primas en manufacturas. Belgrano pensó que ambas teorías eran complementarias en una tierra con tanta riqueza natural por explotar.

LA CENTRALIDAD DE LA EDUCACIÓN

En 1794 regresó a Buenos Aires con el título de abogado y con el nombramiento de primer secretario del Consulado, otorgado por el rey Carlos IV. El Consulado era un organismo colonial dedicado a fomentar y controlar las actividades económicas. Desde ese puesto, Belgrano se propuso poner en práctica sus ideas. Había tomado clara conciencia de la importancia de fomentar la educación y capacitar a la gente para que aprendiera oficios y pudiera aplicarlos en bene cio del país. Creó escuelas de dibujo técnico, de matemáticas y de náutica.

Belgrano pensaba que la primera tarea a emprender para construir un país más justo consistía en modificar radicalmente el sistema educativo colonial: “Los niños miran con fastidio las escuelas, es verdad, pero es porque en ellas no se varía jamás su ocupación; no se trata de otra cosa que de enseñarles a leer y escribir, pero con un tesón de seis o siete horas al día, que hacen a los niños detestable la memoria de la escuela, que a no ser alimentados por la esperanza del domingo, se les haría mucho más aborrecible este funesto teatro de la opresión de su espíritu inquieto y siempre amigo de la verdad. ¡Triste y lamentable estado el de nuestra pasada y presente educación! Al niño se lo abate y castiga en las aulas, se le desprecia en las calles y se le engaña en el seno mismo de su casa paternal. Si deseoso de satisfacer su curiosidad natural pregunta alguna cosa, se le desprecia o se le engaña haciéndole concebir dos mil absurdos que convivirán con él hasta su última vejez”.

Propuso la absoluta igualdad de oportunidades para el hombre y la mujer. Entendía que “la mujer es la que forma en sus hijos el espíritu del futuro ciudadano”; de manera que “una mujer ignorante es una mala generadora de ciudadanos, de ciudadanos retardados, poco productivos e incompetentes” para una nación democrática.

Pero no se hacía ilusiones con las simples proclamas o los cambios formales. Sabía que si no se cambiaba el sistema, si no se producía un mejor reparto de las riquezas, nada podía esperarse. “Tenemos muchos libros que contienen descubrimientos y experiencias que se han hecho en agricultura, pero estos libros no han llegado jamás al labrador y a otras gentes del campo”.

Escribía en 1798 el primer proyecto de enseñanza estatal, gratuita y obligatoria: “¿Cómo se quiere que los hombres tengan amor al trabajo, que las costumbres sean arregladas, que haya copia de ciudadanos honrados, que las virtudes ahuyenten los vicios, y que el gobierno reciba el fruto de sus cuidados, si no hay enseñanza, y si la ignorancia va pasando de generación en generación con mayores y más grandes aumentos? Pónganse escuelas de primeras letras costeadas de los propios y arbitrios de las ciudades y villas, en todas las parroquias de sus respectivas jurisdicciones, y muy particularmente en la campaña, donde, a la verdad, residen los principales contribuyentes a aquellos ramos y quienes de justicia se les debe una retribución tan necesaria. Obliguen los jueces a los padres a que manden sus hijos a la escuela, por todos los medios que la prudencia es capaz de dictar”.

Promovió entusiastamente el estudio de la Historia porque, según sostenía: “Se ha dicho muy bien que el estudio del pasado enseña cómo debe manejarse el hombre en lo presente y porvenir (…) Nada importa saber o no la vida de cierta clase de hombres, que todos sus trabajos y afanes los han contraído a sí mismo y ni un solo instante han concedido a los demás”.

EL CAMPO Y LA INDUSTRIA

Las ideas innovadoras de Belgrano quedarán reflejadas en sus informes anuales del Consulado, en los que tratará por todos los medios de fomentar la industria y modificar el modelo de producción vigente.

Desconfiaba de la riqueza fácil que prometía la ganadería porque daba trabajo a muy poca gente, no desarrollaba la inventiva, desalentaba el crecimiento de la población y concentraba la riqueza en pocas manos. Su obsesión era el fomento de la agricultura y la industria.

Daba consejos de utilidad práctica para el mejor rendimiento de la tierra recomendando que no se la dejara en barbecho, pues “el verdadero descanso de ella es la mutación de producción”. Aconsejaba el sistema que se usaba en aquel tiempo en Alemania, que hacía de los curas párrocos verdaderos guías de los agricultores, realizando estos, gracias a sus conocimientos, experimentos de verdadera utilidad, enseñándoles las prácticas más adelantadas.

Belgrano, el más católico de todos nuestros próceres, entendía que estas eran funciones esenciales de los curas que encuadraban dentro de su ministerio, “pues el mejor medio de socorrer la mendicidad y miseria es prevenirla y atenderla en su origen”. El secretario del Consulado proponía proteger las artesanías e industrias locales subvencionándolas con “un fondo con destino al labrador ya al tiempo de las siembras como al de la recolección de frutos”. Porque “la importación de mercancías que impiden el consumo de las del país o que perjudican al progreso de sus manufacturas lleva tras sí necesariamente la ruina de una nación”.

Esta era, a su entender, la única manera de evitar “los grandes monopolios que se ejecutan en esta capital, por aquellos hombres que, desprendidos de todo amor hacia sus semejantes, sólo aspiran a su interés particular, o nada les importa el que la clase más útil al Estado, o como dicen los economistas, la clase productiva de la sociedad, viva en la miseria y desnudez que es consiguiente a estos procedimientos tan repugnantes a la naturaleza, y que la misma religión y las leyes detestan”.

En Memoria al Consulado 1802 presentó un alegato industrialista: “Todas las naciones cultas se esmeran en que sus materias primas no salgan de sus estados a manufacturarse, y todo su empeño en conseguir, no sólo darles nueva forma, sino aun atraer las del extranjero para ejecutar lo mismo. Y después venderlas”.

¿MARX LEYÓ A BELGRANO?

Belgrano fue el primero por estos lares en proponer a fines del siglo XVIII una verdadera reforma agraria basada en la expropiación de las tierras baldías para entregarlas a los desposeídos: “Es de necesidad poner los medios para que puedan entrar al orden de sociedad los que ahora casi se avergüenzan de presentarse a sus conciudadanos por su desnudez y miseria, y esto lo hemos de conseguir si se les dan propiedades (…) que se podría obligar a la venta de los terrenos, que no se cultivan, al menos en una mitad, si en un tiempo dado no se hacían las plantaciones por los propietarios; y mucho más se les debería obligar a los que tienen sus tierras enteramente desocupadas, y están colinderas con nuestras poblaciones de campaña, cuyos habitadores están rodeados de grandes propietarios y no tienen ni en común ni en particular ninguna de las gracias que les concede la ley, motivo porque no adelantan”.

El 1 de septiembre de 1813, La Gaceta publicó un artículo que Belgrano había escrito unos años antes y que no había podido pasar la censura del período colonial. Es un documento de un valor extraordinario donde aparece expresada una conciencia política que dejaba atrás a cualquier pensador de su tiempo. Decía don Manuel Belgrano: “Se han elevado entre los hombres dos clases muy distintas; la una dispone de los frutos de la tierra, la otra es llamada solamente a ayudar por su trabajo la reproducción anual de estos frutos y riquezas o a desplegar su industria para ofrecer a los propietarios comodidades y objetos de lujo en cambio de lo que les sobra (…) Existe una lucha continua entre diversos contratantes: pero como ellos no son de una fuerza igual, los unos se someten invariablemente a las leyes impuestas por los otros. Los socorros que la clase de propietarios saca del trabajo de los hombres sin propiedad le parecen tan necesarios como el suelo mismo que poseen; pero favorecida por la concurrencia, y por la urgencia de sus necesidades, viene a hacerse el árbitro del precio de sus salarios, y mientras que esta recompensa es proporcionada a las necesidades diarias de una vida frugal, ninguna insurrección combinada viene a turbar el ejercicio de una semejante autoridad. El imperio de la propiedad es el que reduce a la mayor parte de los hombres a lo más estrechamente necesario”.

PIONERO DEL PERIODISMO

En 1801, Belgrano colaboró en la fundación del primer periódico que se editó en nuestro país: el Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiográfico del Río de la Plata. Entre los principales colaboradores figuraban Domingo de Azcuénaga, José Chorroarín, Juan Manuel de Lavardén, Pedro Antonio Cerviño, Gregorio Funes y Juan José Castelli, primo y amigo de Belgrano.

El Telégrafo Mercantil aparecía dos veces por semana y traía artículos muy variados, desde sesudos análisis políticos hasta sonetos escatológicos sobre las almorranas: “Hasta cuando traidoras almorranas/ después de quedar sanas,/ y ya purificadas,/ volvéis a las andadas?/ Por qué irritáis con bárbaro perjuicio/ la paz del orificio,/ que acostumbrado a irse de bareta/ y en lícitos placeres/ hace sus menesteres”.

El virrey Del Pino, molesto por el contenido político de la publicación y por la gran influencia que fue adquiriendo, decidió clausurar el Telégrafo el 17 de octubre de 1802, usando como excusa la “procacidad” de la publicación.

En marzo de 1810, Belgrano volvió a la actividad periodística editando el Correo de Comercio, desde donde insistirá con sus

propuestas procurando, como él decía, “la felicidad de la mayor parte de los ciudadanos”. Insistía en que el país debía industrializarse: “Ni la agricultura ni el comercio serían casi en ningún caso suficientes a establecer la felicidad de un pueblo si no entrase a su socorro la oficiosa industria. No hay desarrollo si este ramo vivificador no entra a dar valor a las rudas producciones de la una y materia y pábulo a la permanente rotación del otro”.

LA COCINA DE LA REVOLUCIÓN

Durante los primeros meses del año 10, ya eran frecuentes las reuniones secretas en la jabonería de don Hipólito Vieytes. Allí estaban Belgrano y su primo Juan José Castelli, Mariano Moreno, Cornelio Saavedra, Domingo French y Antonio Beruti, entre otros. Al conocerse la noticia de la caída de la junta de Sevilla –último bastión de la resistencia española frente a Napoleón–, el grupo designó a Belgrano y a Saavedra para entrevistarse con el alcalde Lezica para solicitarle la convocatoria a un Cabildo Abierto, que se concretó el 22 de mayo. Así se inició el debate sobre el futuro de la colonia. Pero el virrey Cisneros intentó una maniobra formando el 24 una junta que lo tenía como presidente. Belgrano abandonó su habitual compostura y declaró ante el cabildo: “Juro a mi patria y a mis compañeros que si a las tres de la tarde del día de mañana el virrey no ha renunciado, lo arrojaremos por las ventanas de la fortaleza”. No hizo falta. Cisneros renunció el 25 y quedó formada la Primera Junta de gobierno, dirigida y compuesta mayoritariamente por criollos, con el propio Belgrano como vocal.

En un artículo del 11 de agosto, Belgrano defendía la libertad de la prensa como base de la ilustración pública.

Es tan justa dicha facultad, como lo es la de pensar y de hablar, y es tan injusto oprimirla, como lo sería el tener atados los entendimientos, las lenguas, las manos o los pies a todos los ciudadanos. “Es necesaria para la instrucción pública, para el mejor gobierno de la Nación, y para su libertad civil, es decir, para evitar la tiranía de cualquier gobierno que se establezca (…) Sólo pueden oponerse a la libertad de la prensa los que gusten mandar despóticamente, y que aunque se conozca no se les pueda decir; o los que sean tontos que no conociendo los males del gobierno no sufren los tormentos de los que los conocen, y no los pueden remediar por falta de autoridad; o los muy tímidos que se asustan con el coco de la libertad, porque es una cosa nueva, que hasta ahora no han visto en su fuerza, y no están fijos y seguros en los principios que la deben hacer tan amable y tan útil (…) Pero quitarnos las utilidades de la pluma y de la prensa, porque de ellas se puede abusar, es una contradicción notoria y un abuso imperdonable de la autoridad, y es querer mantener a la nación en la ignorancia, origen de todos los males que sufrimos, y el arma en que el tirano confía más para sojuzgar toda la Europa. Sin esta libertad no pensemos haber conseguido ningún bien después de tanta sangre vertida y tantos trabajos”.

EL PRIMER ENSAYO CONSTITUCIONAL

Mientras su primo, el también morenista Juan José Castelli, decretaba la libertad e igualdad de los indios y el fin del tributo y los servicios personales en el Alto Perú, Belgrano hacía lo propio con los naturales de las Misiones. En el camino hacia el Paraguay redactó las bases del primer proyecto constitucional del Río de la Plata: el “Reglamento para el Régimen Político y Administrativo y Reforma de los 30 pueblos de las Misiones”, firmado el 30 de diciembre de 1810 en el campamento de Tacuarí, que fue agregado por Juan Bautista Alberdi en 1853 como una de las bases de la Constitución Nacional.

Para que no quedaran dudas sobre sus intenciones, decía Belgrano en la introducción de este extraordinario documento: “A consecuencia de la proclama que expedí para hacer saber a los naturales de los pueblos de las Misiones, que venía a restituirlos a sus derechos de libertad, propiedad y seguridad de que por tantas generaciones han estado privados, sirviendo únicamente para las rapiñas de los que han gobernado, como está de manifiesto hasta la evidencia, no hallándose una sola familia que pueda decir: ‘estos son los bienes que he heredado de mis mayores’ (…) Mis palabras no son las del engaño, ni alucinamiento, conque hasta ahora se ha tenido a los desgraciados naturales bajo el yugo de fierro, tratándolos peor que a las bestias de carga, hasta llevarlos al sepulcro entre los horrores de la miseria e infelicidad, que yo mismo estoy palpando con ver su desnudez, sus lívidos aspectos, y los ningunos recursos que les han dejado para subsistir”.

EL ÉXODO JUJEÑO

Ante la inminencia del avance de un poderoso ejército español desde el Norte al mando de Pío Tristán, el 29 de julio de 1812 Belgrano emite un bando disponiendo la retirada general ante el avance de los enemigos. La orden de Belgrano era contundente; había que dejarles a los godos la tierra arrasada: ni casas, ni alimentos, ni animales de transporte, ni objetos de hierro, ni efectos mercantiles.

Desconfiaba profundamente de las oligarquías locales, a las que llamaba “los desnaturalizados que viven entre nosotros y que no pierden arbitrios para que nuestros sagrados derechos de libertad, propiedad y seguridad sean ultrajados y volváis a la esclavitud”. Tenía datos precisos de que ya estaban en contacto con la avanzada española para hacer negocios con las probables nuevas autoridades de las que habían recibido la garantía de respetar sus propiedades. Belgrano no les dejó alternativa: o quemaban todo y se plegaban al éxodo o los fusilaba.

El resto de la población colaboró fervientemente, perdiendo lo poco que tenía, que para ellos era todo.

Belgrano lanza su arenga: “Desde que puse el pie en vuestro suelo para hacerme cargo de vuestra defensa, os he hablado con verdad (…) Llegó pues la época en que manifestéis vuestro heroísmo y de que vengáis a reuniros al ejército a mi mando, si como aseguráis queréis ser libres”.

Aquel impresionante operativo comenzó a principios de agosto de 1812. La gente llevaba todo lo que podía ser transportado en carretas, mulas y caballos. Se cargaron muebles y enseres y se arreó el ganado en tropel. Las llamas devoraron las cosechas y en las calles de la ciudad ardieron los objetos que no podían ser transportados. Sólo quedó desolación y desierto.

Los voluntarios de Díaz Vélez, que habían ido a Humahuaca a vigilar la entrada de Tristán y volvieron con la noticia de la inminente invasión, fueron los encargados de cuidar la retaguardia. El repliegue se hizo en tiempo récord ante la proximidad del enemigo. En cinco días se cubrieron 250 kilómetros y poco después la marea humana llegaba a Tucumán. Al llegar allí el pueblo tucumano le solicitó formalmente que se quedara para enfrentar a los realistas. Por primera y única vez, Belgrano desobedeció a las autoridades, que querían obligarlo a bajar a Montevideo a combatir a Artigas, y el 24 de septiembre de 1812 obtuvo el importantísimo triunfo de Tucumán. Animados por la victoria, Belgrano y su gente persiguieron a los realistas hasta Salta derrotándolos el 20 de febrero de 1813.

EL LEGADO

Belgrano sabía que estaba en el buen camino y conocía quienes eran sus aliados y sus enemigos. Así se lo hacía saber a su entrañable compañero, el guerrillero salteño Martín Miguel de Güemes: “Hace usted muy bien en reírse de los doctores; sus vocinglerías se las lleva el viento. Mis afanes y desvelos no tienen más objeto que el bien general y en esta inteligencia no hago caso de todos esos malvados que tratan de dividirnos, porque ¿qué otra cosa deben ser los gobernantes que los agentes de negocios de la sociedad, para arreglarlos y dirigirlos del modo que conforme al interés público? Así pues, trabajemos con empeño y tesón, que si las generaciones presentes nos son ingratas, las futuras venerarán nuestra memoria, que es la recompensa que deben esperar los patriotas”.

Se trata, como puede leerse, de un pensamiento sabio, muy avanzado para la época, de una actualidad que asombra, causa admiración y a la vez entristece, porque pasaron doscientos años desde que sus palabras fueron escritas y muchos de los problemas planteados por nuestro primer economista siguen esperando ser atendidos y encauzados, y las notables soluciones propuestas por una de las mentes más lúcidas de nuestra revolución siguen sin encontrar eco en los que podrían aprovecharlas cumpliendo el último sueño de Belgrano, expresado en su lecho de muerte, en medio de una estricta pobreza, aquel 20 de junio de 1820: “Yo espero que los buenos ciudadanos de esta tierra trabajarán para remediar sus desgracias”.

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Escribe: Analía Vázquez/ Ley de la selva

Escribe: Analía Vázquez
Escribiendo 26 de marzo de 2024

Eusebia se levanta a las cuatro de la mañana, unos minutos antes de que suene el despertador. Besa la frente de Antonio y la siente fresca. El antibiótico está haciendo efecto. En la penumbra de la habitación, tantea los anteojos y con ellos el ungüento casero de limón y romero para ponerse en las piernas, luego las medias ortopédicas.

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