
Por Paula Pérez: Crónica desde mi mirada profesional sobre la etología clínica en La Pampa
Luciana Alfonzo García, tía de la víctima de abuso infantil en Victorica por parte de su abuelo paterno, relata aquí lo que le tocó vivir un jueves como hoy, cuando se conoció la tibia condena al autor del abuso sexual simple agravado por haber sido cometido por un ascendiente, como delito continuado.
Columnas01 de julio de 2021
InfoHuella


Escribe: Luciana Alfonzo García
El 25 de marzo del 2021 se declaró a Julio Pagella autor material y penalmente responsable del delito de ABUSO SEXUAL SIMPLE, AGRAVADO POR HABER SIDO COMETIDO POR UN ASCENDIENTE, COMO DELITO CONTINUADO (art. 119 primer y último párrafos, en relación al 4to. párrafo inc. b) del C.P.). Ese día era jueves. Nunca me voy a olvidar. Yo daba clases temprano en primerito, a las 7:45 am. Sabíamos que en el transcurso de la mañana nos iban a comunicar la resolución del caso, es decir, cuál había sido la decisión de la jueza en este caso. Tuve ganas de llorar desde que me levanté: tantos años de espera y aguante llegaban a su fin. Pensé en no llevar el celular a la escuela, por miedo a que me avisaran y quebrarme ahí nomás en el aula. Lo puse en modo avión por las dudas. Esa mañana fue un eterno tormento, como estos 4 años que pasaron y como cada vez que me encuentro en algún lugar con una nena o nene de 6 años e inmediatamente pienso en mi sobrina, en la felicidad de la edad, en la inocencia con la que miran el mundo. Es una angustia difícil de explicar y para esto caigo en un lugar común, pero se parece mucho a una especie de espina que se acomoda en el pecho y a veces cuando querés hablar se atora y no se puede hacer otra cosa que llorar. Ese jueves al mediodía, cuando efectivamente se hizo pública la noticia, no sentí el alivio que suponía iba a experimentar si se lo declaraba culpable. Al contrario, lloré arriba de una tarta que preparé así nomás para que comiera mi novio que volvía y tenía que seguir trabajando. No se esfumó el dolor para nada y después de un rato llegué a la conclusión de que nada podía cambiar lo ocurrido. Nada desterraba o alejaba la tristeza de lo que pasó, pero supuse que el mundo era un lugar un poco más justo para los niños y niñas que pasaron por cosas terribles como es un abuso sexual.
El 28 de abril de 2021 se conoció el fallo que lo condenó a la pena de TRES AÑOS de PRISIÓN de EJECUCIÓN CONDICIONAL (art. 26 C.P) y costas (arts. 40 y 41 del C.P. y 346, 444 y 445 C.P.P). El abuelo abusador finalmente se salvaba de la cárcel como quien recibe una ayuda divina (o regalada) y lo más indignante de todo fueron los argumentos que se utilizaron para tomar la decisión: el buen concepto social del abusador, el hecho de que no registre antecedentes condenatorios, que se haya involucrado con causas de significación en la sociedad, el ejercicio su profesión de abogado, su jubilación de profesor y su condición de sostén económico de familia. En este punto nos preguntábamos entonces qué tienen que ver la vida y las circunstancias personales del acusado con el hecho en consideración, si la ley distingue según la ocupación o profesión de los abusadores e incluso si el concepto social es la suma de testimonios de dos primos y algún amigo que te debe favores. Son bien conocidas las incongruencias del fallo y el país entero se hizo eco de la noticia aberrante: desde Crónica TV a La Nación, Página 12, las Actrices Argentinas, artistas como Nicki Nicole y Natali Pérez, periodistas como Mauro Szeta y más. El dolor era gigante, se trataba de un caso de mi pueblo y qué infinita tristeza que la niña en cuestión fuera mi sobrina…
Lo que pasó después queda para la historia de mi querido Victorica y forma parte de la vida de cada uno de sus vecinos, para siempre. La injusticia resonó tanto en todos los rincones del pueblo que por primera vez los habitantes no tuvieron miedo y se unieron para apoyar la lucha de mi familia, hermana y sobrina. La gente llevó carteles y respetuosamente acompañó la causa. Por grupos -bajito y en confidencia- se escucharon relatos de mujeres que habían pasado por lo mismo y les habían dado la espalda o no se animaban todavía a poner en palabras lo que vivieron. Pero ahora escuchábamos y nos abrazábamos. Junto a la empatía, nos teníamos. El dolor y la indignación, de un momento a otro, se transformaron en esperanza. Todos nos dimos cuenta, pero algo especial pasó con los niños, niñas, adolescentes y jóvenes que ahí se encontraban. Ellos advirtieron que los tiempos cambian y que ahora las víctimas no eran más las de la vergüenza, sino que ésta les pertenecía a los victimarios, toda a ellos; que el silencio que apretaba y se sentía como una mochila llena de secretos tristes se vaciaba y se compartía, entonces así pesaba menos. Hubo un acuerdo implícito: la gente del pueblo decidió formar parte de la lucha y no callarse más, nunca más.
10 jueves pasaron de ese tiempo a esta parte. 10 marchas físicas y virtuales que aúnan a personas (muchas) que creen que las infancias se protegen, las injusticias se denuncian y los niños no mienten. Ya no son un día más para nosotros como familia: las marchas de los jueves son tristes, de enojo, silencio, angustia, agradecimiento y dolor. Pero, desde hace dos meses son, sobre todo, de esperanza.
Luciana Alfonzo García – tía y madrina de la pequeña más fuerte del mundo.
1 de julio del 2021



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