
Lo hiciste una vez más. Abriste Gemini, ChatGPT o Copilot. Tenías una idea, un plazo de entrega y el vértigo de la página en blanco. Le diste una instrucción, casi un ruego, y funcionó. Apareció un texto, estructurado y coherente. Sentiste alivio, quizás algo de culpa. Y entonces, al releer, surgió la pregunta inevitable, esa que te carcome por dentro: ¿Dónde estoy yo en todo esto?